Estaba tan sufriendo hasta que un macho me distrajo,
era su andar un torbellino de ansias, le seguí en lontananza,
era su vaivén un regalo de fuego y su regreso parecía un obelisco,
un Titán de frente pronunciado y labios de sutil indiferencia,
eran mis ojos los que lo sabían y mis bragas las que le acusaban
le miré, nos miramos, fueron pocos segundos y estaba inundada.
Nos retamos a muerte con el fin de encontrar a ésta en la batalla,
nos hablábamos como bardos ardientes a verso y onomatopeya,
nos habitamos dos horas, un siglo, no cuento el tiempo sino los latidos,
nos fuimos a la quiebra preferíamos la inanición a dejar de amarnos.
Bendita sea tu carne y la tez que le cobija
bendito se derrame el fruto dentro de mi vientre de luz,
yo María siempre virgen, me arranco una costilla,
palidezco de frente y me hinco ante tu magna cruz.
Dejaré que mis latidos se mezclen con el vino que es sangre de tu cuerpo,
y entonces comeré de esa carne que es cúspide de tu aurora de macho,
ahí pereceré, bendecida, desterrada, aturdida, silenciada, nunca te
preguntes
qué es lo que sucede cuando el diablo se cruza en una mirada.
Cómo hacer
ResponderBorrarpara pedirte unas horas
y hablarlas todas
sobre nosotros que no somos,
que nos desconocemos,
cuando soy incapaz de decir:
tu cuerpo es el lenguaje del deseo,
un escenario
con brazos de sol
y pezones de lluvia,
que feliz
otearía la noche entera.